Por fin puedo volver a escribir sobre JO MAI y su proceso.
De golpe, la garganta se bloqueó. Ya dije demasiado.
Primero, fue porque era la obra la que tenía que hablar.
Estábamos a punto de estrenar en el Grec y ya no me quedaba mucho por decir. Era la obra, eran los actores, los que debían dar el mensaje.
Fueron días intensos, febriles. Ya no había desconexión posible. Todo era el Bar Amparo, cualquier lugar en el que me encontrara tenía su techo.
Necesitábamos abrazarnos, gritar, cantar...
Aunque fuera desafinado. Era momento de sacarlo todo. Todo lo que habíamos ido cociendo durante tanto tiempo, cómo un magma demasiado tiempo hirviendo bajo tierra, necesitaba salir. Y salió. Cómo un torrente de fuego.
Normalmente, siempre suele ser así. Los estrenos de teatro son vómitos histéricos en los que sacas todo lo que has trabajado y esperas que todo encaje. Los actores se tiran al ruedo, kamikazes. El equipo lo mira todo desde afuera, mordiéndose las uñas, atento a cada suspiro, con el corazón en el cuello y los cojones de sombrero.
Poco puedes escribir en ese estado.
Y luego, después de los fuegos artificiales, viene la nada.
Una cena, unas risas, unas cervezas... Y, de golpe, el desierto.
Una sábana. Y el cuerpo inerte.
Silencio.
Con la poca fuerza que tuve me fui a Venecia, a la Biennale de arte. A aprender y a ver. A ingerir después de tanto arrojo. Tuve a un santo y a un gestor de guías. Y plateas y plateas para ver sudar a los maestros. Poco a poco, sin prestarle casi atención, JO MAI iba mutando en un rincón de mi cabeza. Y cuando se fueron los maestros y los guías y los amigos y los colegas y los buscadores, me quedé sólo entre los canales, mirando a San Miguel matando a Satanás. Y JO MAI seguía allí.
Cómo me pasó con SÉ DE UN LUGAR, sentí que el principio sólo había sido eso, un principio. Y aún quedaba mucho por aprender y por descubrir, pasos que deshacer, puertas que demoler, palabras que esculpir en piedra, sombras que iluminar y luces que ensombrecer. Y no había ya vuelta atrás. El camino se presentaba infinito.
Volví a Barcelona y me puse a escribir, a preguntarme, a despertarme y seguir esa chispa de iluminación que viene con el sueño, desovillarla. A buscar la raíz de JO MAI y fortalecerla.
Y sólo hemos empezado.
Hemos compartido el texto nuevo, con sus primeros cambios, sabemos que van a haber más, pero estos son por los que empezamos. Y a sudarlos. Y encajan. Y los ojos se nos vuelven a humedecer. Y sentimos que estamos más cerca. Cada día más cerca.
Hemos hablado con amigas, con amigos. Los demonios han salido a pasear. Nos hemos acordado de lo que estamos invocando. Y hemos vuelto a sentir miedo. Y el peso de la responsabilidad hoy, por eso, es más fuerte.
Debemos mirarnos con ojos nuevos, cómo si nos hubiéramos re-encontrado después de un largo viaje. Porque, de hecho, eso es lo que ha sucedido. Redescubrir a Frank, Isi, Julia, Guille y Maxi cómo si acabaran de re-encarnarse. Re-establecer nuestro orden y agarrarnos fuerte, de nuevo, desde ese otro lugar.
Vamos a movernos un poco, ahora, con los bolos. Eso es bueno. Te confronta con lo esencial. Pero antes tenemos que afianzar el suelo que pisamos. Y para eso no necesitamos mucha algarabía. Tan sólo pies desnudos, fuertes.
Ellos saben, ¿no?